Partiendo de este hecho, nosotros católicos bautizados, con la comunión, confirmación e incluso algunos casados, tenemos una necesidad por conocer, por conocer a Dios, la Verdad. En ese proceso de develamiento van apareciendo diversas verdades, hechos comprobables en la realidad.
Para bajar un poco a tierra, parte del descubrimiento como comunidad -ente inexistente como tal pero que en su conjunto significa una realidad de personas unidas por el mismo Cristo- fue, en los últimos años, esa conexión con la CVR. Un poco porque la sensibilidad social está ligada a las prioridades comunitarias (pues no podemos ser tan soberbios de pregonar aún la opción preferencial por los pobres al cien por cien), pero más porque Gastón fue parte de este arduo trabajo y por ser asesor religioso de la comunidad nos fuimos congregando alrededor de ésta.
Lecturas de las Conclusiones y Recomendaciones, diálogos encendidos y discusiones vía e-mail fueron pan de cada día determinado tiempo. El Taller de la Memoria es un trabajo que, al igual que el Informe Final de la CVR, va quedando relegado en las prioridades ciudadanas. El tiempo que nos toma leer, dialogar y pensar es muy peligroso, porque si somos conscientes de lo que estamos haciendo es imperioso el compromiso con lo revelado.
No voy a hacer perder el tiempo, a quien me lea, repitiendo cifras y/o hechos descubiertos por la CVR, ya que si tiene en las manos esta revista tiene siquiera una noción de lo que ella fue.
En su lugar deseo compartir algunas reflexiones en torno al tema.
Nos encontramos en un tiempo de preparación, de espera. El problema es ¿qué estamos esperando?, ¿para qué nos estamos preparando? Unos dirán que para la segunda venida de Cristo, otros para que el Niño nazca en nuestros corazones. Sin embargo para lo que sirve este tiempo de Adviento es para prepararnos a una venida triple: la primera cuando el verbo se hizo carne, en el vientre de María, la segunda es constante y perenne, la que se da en nuestras almas; y la tercera que es la de la Gloria.
En este sentido, y tratando de hacer real la espera en el Cristo encarnado, no hay mejor forma que la de encontrar la vida que en quienes la perdieron. No me refiero a la cifra de la que algunos necios se rieron y de las que pidieron Documento de Identidad, sino en primer lugar de la vida que perdieron quienes se quedaron sin un padre, de a quienes violaron a su madre, de los que esperan el día de los muertos y no saben a dónde ir a llorar. De los peruanos que vivimos de espaldas a la Cordillera de los Andes, de los ciudadanos que desconocíamos a los asháninkas, de los limeños que volteamos la cara a Villa el Salvador, de quienes pedían rabiosamente la pena de muerte.
Es contradictorio, pero la vida se encuentra también en la muerte. La vida está en el pueblo de Ayacucho que luchó contra Sendero y se defendió de los abusos militares, la vida está en los comedores populares dirigidos por los clubes de madres que, a pesar de las amenazas, siguieron alimentando a sus hijos aún a costa de su vida. La vida está en las páginas abiertas del Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. La vida está en reconocer las vidas de nuestros hermanos caídos. La vida está en generar interés por aquellas vidas a nuevas vidas.
Es hermoso y emocionante recibir un regalo luego de haber encendido religiosamente (irónico, ¿no?) las velitas cada domingo en la Misa, en casa o haciendo una oración. Es hermoso también observar la sonrisa de quien recibe nuestro regalo y con satisfacción nos dice: gracias. Pero ¿cuál es el regalo que le haremos al Perú en esta Navidad?
Hacer un Perú mejor, reza el consabido dicho. ¿Y cómo se logra un Perú mejor? No botando los papeles en el suelo… por último los arbitrios pagan a quienes barren las calles. No cerrándole la ventana de nuestro auto al niño que vende golosinas… pero después de un día estresante e inacabable, no estamos para aguantar “cosas”. Y siguen justificaciones.
El Taller de la Memoria es un regalo infinito para el Perú. Con orgullo recuerdo que lo crearon Cecilia Tovar y Mariella Bazán, quienes nos regalaron la posibilidad de conocer la verdad y dar a conocerla.
Solemos explicarnos ante los demás aduciendo que “no tenemos tiempo”, y hasta cierto tiempo es verdad. Yo no tengo tiempo. Pero un grupo de alumnos de colegio que cursan un grado muy difícil, que no tenían tiempo -igual que yo- necesitaban conocer el Taller de la Memoria. Y se hicieron un tiempo. Y solicitaron mi tiempo. Y me hice un tiempo. Y me dieron su tiempo.
En ellos ha quedado la tarea de seguir dando a conocer la verdad, la del Taller de la Memoria, la de la CVR, la de nuestra patria, la del Perú.
Dios quiera que la comunidad se pueda dar un tiempo para el Taller de la Memoria. Tal vez así, sin necesidad de irnos hasta descampados parajes o presentar proyectos de ley que permitan invertir millones de soles del presupuesto nacional, le podamos hacer un bien al Perú. Conociendo y dando a conocer para, finalmente, llegar a la verdad.
CARLOS E. MONTALVÁN
*Artículo redactado para la edición de fin de año 2005 de la revista "DECA" de la Comunidad Laical SS.CC. "Héctor de Cárdenas".