lunes, abril 25, 2005

La voluntad de Dios a la de los hombres

Siempre me han considerado una persona soberbia. Y en efecto, debo confesar que lo soy, hoy en menos medida que ayer, pero es algo con lo que debo luchar día a día.
A pesar de esto, siempre ha habido algo con lo que jamás he pretendido siquiera compararme (y en todo caso de haberlo hecho no estaría escribiendo desde mi casa, sino desde un sanatorio). Ese algo es Dios.
Hago esta introducción puesto que me tomaré un tiempo para escribir sobre un tema que ha estado surfeando por la internet desde el martes 19 de abril.
Nuestro consabido tópico es la elección de su Eminencia Joseph Cardenal Ratzinger como nuevo primado de la Iglesia, heredero de Pedro y cabeza visible del cuerpo que es esta. Para emular la huachafería debo repetir el consabido Habemus Papam.
Y sí, luego de un prolijo cónclave recibimos la noticia que el mundo católico estaba esperando.
Su Santidad Benedicto XVI, el cooperador de la verdad, como reza el sello papal (Cooperatores Veritatis) sin haber todavía esbozado una Encíclica es ya pasto de las críticas anticipadas.
El hablar de conservadurismo es sinónimo de atraso cultural, defensa a toda costa de lo antiguo por ser antiguo y chatura mental, es decir, cerrazón ante el progreso cultural, social y todos los demás componentes que configuran el entorno de la humanidad.
Ahora bien, es sabido por todos el modo de obrar del Cardenal de Munich y Freising, quien además ostentó los títulos de presidente del sínodo especial para los laicos, prefecto de la congregación para la Doctrina de la Fe, presidente de la Pontificia Comisión Bíblica y presidente de la Comisión Teológica Internacional. Es más, presidió la comisión para la preparación del Catecismo para la Iglesia Católica en el año 1986 –trabajo finalmente presentado en 1992-, fue vicedecano del Colegio Cardenalicio Vaticano y miembro de la Secretaría de Estado hasta que fue elegido como Papa.
¿Y para qué hago esta tremenda lista de cargos?
Simple, para que hagamos conciencia de que lo conocemos en una etapa diferente a la historia que recién se está fundando.
Si recordamos, bíblicamente un cambio de nombre se da cuando se lleva a cabo la maravilla de conocer a Dios: Abran por Abraham, Saray por Sara, Jacob por Israel, Simón por Caefas (o Petrus).
Entonces, el hecho de que Monseñor Ratzinger sea hoy Benedicto XVI no es solamente una anécdota para averiguar quién fue el predecesor XV. Somos espectadores de un milagro, el milagro de conocer a Dios más profundamente, el milagro del servicio a nosotros, la grey amada, el Nuevo Pueblo de Dios, herederos del padre Abraham.
Hemos recibido ciertamente, la noticia que dicta el Espíritu Santo, ese que ha soplado de manera real en medio del cónclave.
Y no tengo duda de esto. No porque sea un crédulo o un ingenuo, sino porque mi fe es más grande que mis dudas, que mi amor es más grande que mi odio, que mi esperanza es más grande que mi miedo. ¿Y saben por qué? Por una sencilla razón, porque creo en Dios.
Y no necesito tenerlo escrito en mi carro, ni andar con un Ictus en el centro del pecho. Creo en Dios porque Él ha salvado a mis padres, más de una vez, porque me ha permitido la reconciliación con mi hermano, porque me ha regalado a una mujer maravillosa y a un hijo que es un milagro, porque a pesar de mis tribulaciones, mis dudas y tentaciones es Él quien siempre me tiende la mano para regresar por el Buen Camino. Es Él quien me ha redimido y me ha salvado.
Y como mi Dios no es solo para mí, es Él quien también ha enviado a su Tercera Persona para iluminar la reunión cardenalicia.
Ya veremos qué sucede más adelante.
La Iglesia no es una persona, la Iglesia somos todos quienes conformamos el Pueblo de Dios. Papa y cardenales, obispos y diáconos, catequistas y laicos.
Que Dios te bendiga pues, Benedicto XVI y esperemos hermanos a ver cómo avanza la Iglesia en su larga historia, y comprometámonos con su Historia de Salvación, más allá de documentos, frases o entrevistas.
La Iglesia, ahora con Benedicto a la cabeza, nos necesita.
CARLOS MONTALVÁN