miércoles, mayo 11, 2005

Que alguien encuentre la bolsa con valores

Al inicio del año, el colegio en donde trabajo cursó invitación para participar de un Seminario Taller Internacional dirigido por el Dr. Martiniano Román.
La temática del mismo sería “El modelo T en la sociedad del conocimiento”.
Para quienes no tengan idea de lo que es un modelo T debo explicar que para el dictado de clases no es suficiente organizar las ideas que vas a tratar que tus alumnos aprendan, sino que debes además programar lo que enseñas, cómo lo dices y a qué quieres llegar con lo que dices. Uno de los tantos modelos de programación es, pues, el modelo T.
Pero no pienso hacer cátedra del mismo, sino dejar una reflexión en este blog.
Según el modelo T, un esquema rectangular vertical se divide en cuatro cuadrantes: el de la izquierda abajo contiene las actitudes, el de la izquierda arriba los contenidos, derecha arriba los métodos y derecha abajo los valores. El objetivo principal de este modelo es dejar de lado los contenidos para potenciar los valores a través de las actitudes que se busquen fomentar con cualquier contenido. En dos palabras adiós libros.
Como repito no haré análisis alguno del mismo, sino que quiero contarles una anécdota sucedida el primer día del seminario.
Mi buen amigo Agustín Rojas y yo buscamos sentarnos juntos para formar equipo, en tanto ninguno de los dos es pedagogo profesional, pero sí vocacional. Nos ubicamos en dos butacas cercanas al expositor y a nuestra derecha dos compañeros de otros colegios hicieron lo propio. El hecho es que durante la primera parte del día trabajamos los cuatro “colegas”. El doctor Román sugirió conservar los asientos luego del receso para poder trabajar con la misma gente.
Recogimos nuestra merienda y departimos en el patio con gente de muchos colegios.
Al aviso de los “facilitadores” regresamos al auditorio –que dicho sea de paso era el del colegio Santa Úrsula-, con una no tan grata sorpresa.
Cuatro jóvenes profesoras estaban sentadas en los asientos que nuestro equipo había ocupado desde temprano. Agustín y yo comentamos lo desagradable de la situación, en voz lo suficientemente alta como para que las educadoras se dieran por enteradas. Sin embargo no les entraban balas, así que decidimos pedirles permiso porque esos asientos los habíamos estado ocupando desde temprano. Una de ellas argumentó que sus sitios habían sido ocupados a su vez por otras personas, por lo cual Agustín dijo que por qué entonces no hacían lo que nosotros para recuperar sus asientos, respondiendo la misma educadora que se sentiría ridícula de hacerlo. ¿Entendieron lo que le dijo a Agustín? Sí pues, si ella se sentiría ridícula haciendo lo que él, entonces para ella lo que hacía Agustín era ridículo.
Por cierto mi apacible amigo se enfadó mucho, y ha sido la primera vez que lo vi así, lo cual me pareció bastante extraño, ya que persona más tolerante que él no he conocido.
Lo único que nos quedó fue sentarnos en los espacios que encima estaban guardando para otras personas, ya que de manera malcriada se nos había maltratado.
No les quedó otra a las educadoras que retirarse, algunas avergonzadas y otras refunfuñando. El hecho es que se salieron de nuestros lugares y pudimos recuperar lo que nos correspondía.
Bien. Mi objetivo no es sólo hacer una catarsis on-line, sino preguntarme ¿de qué sirve aprender a programar para formar en valores, si quienes tienen la tarea no saben lo que son los valores?
Se educa con el ejemplo. No creo que les haya servido de mucho a los promotores del colegio de aquellas “educadoras” invertir en este Seminario-Taller.
Y gracias doctor Román, que a pesar de no ser educador (todavía, ya que ahora estoy estudiando pedagogía como segunda carrera) sí me interesan los valores: enseñarlos, pero sobretodo, tenerlos. Y a Agustín también.
CARLOS MONTALVÁN

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