viernes, agosto 18, 2006

Un cuento, de mí, conmigo*

Había una vez... no.
Érase que… no.
En una tierra muy alejada… no.
¿Me puedes dejar empezar por favor?
Sí, tú, déjame tranquilo, ¿está bien?
Está bien, entonces. Es que no dejas que mis palabras fluyan.
¿Y qué quieres que haga? Si me lo han pedido como un favor.
A ver ahora…
Desde que la raza humana empezó a necesitar de compañía para cazar grandes animales que sirvieran de alimento, se vislumbró el concepto de comunidad. El primer intento comunitario fueron las hordas, grupos que buscaban encarar a las bestias más fuertes y grandes que ellos. Sin embargo, era ésta una convivencia temporal puesto que -ni bien conseguían su objetivo- emprendían rumbo hacia el encuentro de los seres que habían dejado al lado de la mujer…
Sí, sí. Si tenían que ir a ver a su familia, pues entonces ya habían formado una primera comunidad…
A empezar de nuevo…
Un hombre nación día… no. Un hombre nació un día… no. Un hombre nació de día, no de noche, es decir, al nacer el alba. Total, ¿era el hombre el que había nacido o el alba?
Otra vez tú, entrometiéndote en lo que no te importa. Y encima confundiendo a mis lectores.
¿Puedes por un momento dejarme tranquilo y no meterte más en lo que estoy escribiendo?
Gracias.
Tal vez si te lo cuento, o más bien, te lo hago recordar no te metas en lo que escribo.
Bueno.

Regresaba de cantar en una Misa. Era bastante entrada la noche y subí a un taxi. A uno de esos ticos que a veces uno maldice por cortar camino entre tu auto y el camión de carga que está a medio centímetro de ti, e igual pasa entre los dos.

Yo vestía el uniforme, impecablemente negro. Terno negro, correa negra, zapatos negros, incluso acababa de comprar pañuelos negros. Pero lo que tal vez definió la conversación de ese corto camino fue la camisa.

-Buenas noches, ¿cuánto me cobra a Benavides con Velasco Astete? ¿Cinco?, lléveme por cuatro que estamos cerca.

No terminaba de acomodarme en el asiento y cerrar la puerta, llegó la pregunta en primera, como esos balonazos que el nene Cubillas hacía entrar por el medio del arco sin que la pelota hubiera tocado el suelo antes de alcanzar sus pies.

-¿Es usted sacerdote?
-(Si supiera…) No, no señor, quise pero no pude. No pude con uno de los votos.
-¿Ah sí? pues, fíjese, yo toda mi vida fui ateo. Y en mi casa son católicos, ah…, practicantes. Pero hace un año que a mi hijo le diagnosticaron cáncer al páncreas. No sabe usted cómo le recé a Dios. Lo único que le pedía es que me lo salvara a mi hijo. Me volví bien creyente. Y él era ortodoncista, muy joven y le iba bien, tenía bastantes pacientes, plata no le faltaba. Pero le vino ese cáncer pues que le digo.
-Caramba, qué problema, pero ¿cómo salió todo?
-Bueno pues señor, fíjese usted que murió.

…Silencio.

-Y todo lo que recé no sirvió para nada señor.
-¿Pero no cree que esas oraciones lo acercaron a Dios?
-Ay señor, y de qué me sirvió acercarme a Dios si murió igual mi hijo.
-Bueno, a veces a la Divina Providencia no la entendemos. Nuestra humanidad predomina por encima de nuestra espiritualidad y hace que sólo nuestros ojos y cuerpos sientan el dolor.

…Silencio.

-Pero le repito, ¿qué me dio haber rezado tanto?


-Cóbrese… mire, de repente ese es el llamado que Dios le está haciendo. ¿No sabe usted acaso que ya su hijo está al lado de Dios? Y encima está más feliz que nosotros. Además, su hijo es ahora una bendición que desde el cielo lo está cuidando. Eso es lo que le ha dado el haber rezado, el acercarse a Dios, al que tenía tan lejos.

…Silencio.

-Por favor, bajo en la esquina, pasando el semáforo.
-Bien señor, pero ¿qué me puede usted decir, qué palabra me puede dar?
-Fíjese señor, solo usted sabe lo que puede haber sufrido y estar sufriendo en este instante. De hecho mis padres perdieron al primer hijo muy pequeñito y no me imagino cómo me sentiría yo si algo le pasara al mío. Sólo le puedo hacer una pregunta que alguna vez me hicieron a mí.
-¿Sí, cual?
-Cuando a usted le falta vitamina C, ¿qué hace?
-No sé, tomar limón, naranja…
-Exacto, y si le hace falta vitamina B.

…Silencio.

-Deberá tomar complejo B, ¿no es cierto?
-Sí, sí.
-¿Sabe qué vitamina le falta ahora mismo?
-No, no sé señor.
-Le hace falta vitamina FE.

…Silencio.

Abriendo la puerta –al llegar a mi destino- el señor me mira de reojo por el retrovisor y en el medio de la noche veo cómo sus ojos se empiezan a llenar de lágrimas, haciendo un gran esfuerzo por controlarse.

-Señor, es contundente lo que me ha dicho.
-En realidad señor, no le he dicho nada, tal vez es Dios el que hizo que subiera a su taxi en este mismo momento. Esa es la Divina Providencia.
-Gracias señor.
-Que Dios lo bendiga.

Cerrando la puerta empecé a caminar despacio hacia (la puerta de) mi casa. Volteé, y las luces del pequeño tico fueron desapareciendo hacia el sur.

En mi cuarto mi mujer dormía. Mi hijo descansaba en su cuarto. Me acerqué a él y le di un beso. Sin hacer ruido fui quitándome primero el saco, luego el pantalón y así hasta llegar a desabotonar la camisa.

…Esa camisa no tenía cuello, es decir, las solapas que caen y cubren la corbata. Tiene cuello Nehru. Y si está abotonada parece que fuera una de cuello romano, como las que usan los clérigos.

Esa noche de verano había empezado a enfriar el aire, así que la abotoné sin darme cuenta.

Y sin darme cuenta también, y sin quererlo, había conocido a un hombre dolido.

Sólo espero que ese dolor que compartió conmigo pueda ser reconfortado por ti, Señor.
En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Amén.

CARLOS E. MONTALVÁN

*solicitado por mi buen amigo Claudio Ferreira para una -nunca publicada- publicación de la Coordinación de Comunicación Integral del colegio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Interesante inicio para un mejor contenido...

Yo no hubiera sabido tal vez responder tan claramente, tal vez nublado por lo que también he pasado...

Recuerdos tu relato me trae...

Saludos!