lunes, mayo 30, 2005

El cholo en tierra de anti-cholos

Cuando oigo o leo las últimas críticas al presente gobierno, todo circunda el amorío y el desfalco.
¿Saben? He llegado a una conclusión. A pesar de que queramos solaparlo, somos una ciudad de racistas. Y no me aventuro a lanzar “un país”, porque soy solo un capitalino.
¿A qué se debe esta reflexión? Pues a que lo único que escucho es “este cholo que mete a su familia al gobierno”, o “sí pues, este cholero tenía que meterse con una huachafita”, o “está robando lo que le da la gana a este cholo”.
Todo argumento pasa por su ser o no ser... cholo.
Hagamos memoria, porque los peruanos solemos contagiarnos de ese fuerte virus que es la amnesia selectiva. Retrocedamos veinticinco años en la historia de nuestros gobernantes y revisemos el caso Belaúnde: divorciado, arrejuntado con su secretaria y sólo a su muerte volvió a comulgar porque se sabía en pecado. Pero no importa, total, era un señor, sacavueltero e infiel, pero un señor. Ah, verdad que también metió a su familia cercana en puestos clave, pero , no importa, total, era gente de buenas familias y eso era lo que necesitaba el país pues, eran gente bien. (¿gente bien?)
En el año ochenta y cinco el compañero presidente “patadita” García se levantó (dicen) a medio equipo de presentadoras de canales televisivos, e incluso a una cantante de la ópera de aquellos años. Milagro, pero no santo, a pesar que las fuentes refieren nombres completos, y son damas.
En todo caso, no importa, era tan guapo, y alto, además, qué se puede esperar de alguien tan joven en el ejecutivo. Hablar de dinero en este caso es una perogrullada, así que no abundaré en el tema.
¡Chino, chino, chino, chino, chino!, no a este ritmo todavía, pero al cierre del Congreso (disolver, disolver) disolvió también a Susana y con ella el préstamo que le hiciera para la campaña. Pero, no importa, los japonesitos son trabajadores y siempre dicen la verdad. Y ni qué decir de Inabif, Inabec y la ropa de donación que llegaba del Japón. Hagan su cola en el Peruano Japonés que hay 2 x 1! Ya lo de Vladi es cuestión de ser imbécil para decir que no robó.
En buenas cuentas, ninguno era un cholo, antes de Toledo.
Y eso los salva, porque somos tan racistas que hacemos colas desesperadas en las embajadas europeas para ubicar el tercer apellido del chozno y así acceder a la doble nacionalidad, y si es posible, renunciar a estas tierras de pobres, chatos, marrones y feos, es decir, cholos.
No soy toledista, no uso camisetas, sólo soy un cristiano que mira las cosas desde un punto de vista particular, pero si es por cholo, que viva Toledo. Que la está guaneando, nadie lo niega, pero no me permito pensar que sea por cholo. Hay razones más sustanciosas.
A ver si las buscan.
CARLOS MONTALVÁN

miércoles, mayo 11, 2005

Viva el criollismo

El otro día que veía una entrevista en la televisión me llamó la atención cómo se hablaba de la criollada de los peruanos. Definían criollada por la aptitud para salirse con la suya sin que otro repare en ello, o lo que es peor, a costas del bien de otro.
En verdad me sentí furioso.
No es posible que un valor (no dentro de la escala de valores morales, sino culturales) como el criollismo se desvirtúe de manera tan asquerosa y malcriada.
Cuando hacemos referencia al criollo inmediatamente pensamos en cantante de valses, con voz latosa, borracho y encima chupando con plata de otro.
Nada más lejos de la verdad de lo que es un criollo.
Conozco a muchos criollos, y ninguno de ellos es un borracho ni tiene voz latosa. Y es que no podemos generalizar.
Criollo es aquel que nace de padres españoles en el Perú. Recordemos sino la Carta a los Españoles Americanos que cursara don Pablo Vizcardo y Guzmán. Esa es la primera definición de criollo en el Perú. Con el tiempo, criollo era aquel cultor de la música de la costa, a saber, valse y marinera. Más adelante, y una vez aceptada por el público la música afro peruana, esfuerzo de Don Óscar Avilés, Arturo Zambo Cavero y Lucila Campos en el recordado vinilo Valseando Festejos, disco que combinaba valses jaraneros con el mal llamado “negroide” (de manera inmediata, lo cual forzaba a la pareja a seguir en la pista a ritmo de festejo) el término criollo se amplió a valse, marinera y festejo.
Hasta hace unas décadas el criollo era quien hacía bella música, conocía de valse, marinera, festejo y demás ritmos negros (landó, aguanieve, tondero y lundero, entre otros).
Desgraciadamente, hoy el criollo no es más ese caballero de fina estampa del que hablara Chabuca Granda y que profetizara el desdén del criollismo en ese Zeñó Manue donde se quejaba que más no la llevaban ni al parque ni a la alameda.
El fenómeno social de la violencia ha carcomido todas las esferas. Hoy en día cualquier jovencito borracho que golpea a más no poder un pobre cajón y berrea Alma, corazón y vida cree que es criollo. Y lo peor de todo no es que lo crea por cantar valses, sino porque está borracho y cantando valses.
Jarana ya no existe más que en dos o tres peñas que conservan la tradición. Guitarra, cajón y voz. Y parejas bailando, por supuesto. Hoy los jueves, viernes y sábado cantan estrellas en pseudo peñas que mezclan valse en medio de salsa, marinera entre dos cumbias y festejo teniendo como himno el jipi jay.
Ay Don Porfirio qué culpa tiene Usted! Sí pues señor, hubiera prohibido a Pepito prostituir nuestro festejo con un canto scout. ¿Se imaginan Oh when the saints al ritmo de marinera? Más o menos eso es lo que bailan las chibolas acaloradas y levantando los pies como si fueran participantes del concurso Sopa de caracol en Hola Yola, al escuchar el Jipi Jay.
En casa de mi abuela materna, doña Carmela Dulanto, es obligación de hijos, nietos, y bisnietos cantar y bailar -según las virtudes artísticas- música criolla en las reuniones conmemorativas. Es más, María del Carmen (nombre de pila de mi abue) celebra a la Virgen del Carmen, con ranfañote, mazamorra de cochino y todo se recutecu.
Y ninguno de los que está allí es un borracho, ni canta con voz latosa y menos canta el Jipi Jay.
El criollismo es alegría, es respeto por la tradición, es jarana hasta el otro día, es compartir un buen aguadito a las seis de la mañana. Revivamos entonces al criollo que vive en nosotros. Cantando, siendo alegres y respetando nuestra tradición.
Criollismo es cultura.
CARLOS MONTALVÁN

Que alguien encuentre la bolsa con valores

Al inicio del año, el colegio en donde trabajo cursó invitación para participar de un Seminario Taller Internacional dirigido por el Dr. Martiniano Román.
La temática del mismo sería “El modelo T en la sociedad del conocimiento”.
Para quienes no tengan idea de lo que es un modelo T debo explicar que para el dictado de clases no es suficiente organizar las ideas que vas a tratar que tus alumnos aprendan, sino que debes además programar lo que enseñas, cómo lo dices y a qué quieres llegar con lo que dices. Uno de los tantos modelos de programación es, pues, el modelo T.
Pero no pienso hacer cátedra del mismo, sino dejar una reflexión en este blog.
Según el modelo T, un esquema rectangular vertical se divide en cuatro cuadrantes: el de la izquierda abajo contiene las actitudes, el de la izquierda arriba los contenidos, derecha arriba los métodos y derecha abajo los valores. El objetivo principal de este modelo es dejar de lado los contenidos para potenciar los valores a través de las actitudes que se busquen fomentar con cualquier contenido. En dos palabras adiós libros.
Como repito no haré análisis alguno del mismo, sino que quiero contarles una anécdota sucedida el primer día del seminario.
Mi buen amigo Agustín Rojas y yo buscamos sentarnos juntos para formar equipo, en tanto ninguno de los dos es pedagogo profesional, pero sí vocacional. Nos ubicamos en dos butacas cercanas al expositor y a nuestra derecha dos compañeros de otros colegios hicieron lo propio. El hecho es que durante la primera parte del día trabajamos los cuatro “colegas”. El doctor Román sugirió conservar los asientos luego del receso para poder trabajar con la misma gente.
Recogimos nuestra merienda y departimos en el patio con gente de muchos colegios.
Al aviso de los “facilitadores” regresamos al auditorio –que dicho sea de paso era el del colegio Santa Úrsula-, con una no tan grata sorpresa.
Cuatro jóvenes profesoras estaban sentadas en los asientos que nuestro equipo había ocupado desde temprano. Agustín y yo comentamos lo desagradable de la situación, en voz lo suficientemente alta como para que las educadoras se dieran por enteradas. Sin embargo no les entraban balas, así que decidimos pedirles permiso porque esos asientos los habíamos estado ocupando desde temprano. Una de ellas argumentó que sus sitios habían sido ocupados a su vez por otras personas, por lo cual Agustín dijo que por qué entonces no hacían lo que nosotros para recuperar sus asientos, respondiendo la misma educadora que se sentiría ridícula de hacerlo. ¿Entendieron lo que le dijo a Agustín? Sí pues, si ella se sentiría ridícula haciendo lo que él, entonces para ella lo que hacía Agustín era ridículo.
Por cierto mi apacible amigo se enfadó mucho, y ha sido la primera vez que lo vi así, lo cual me pareció bastante extraño, ya que persona más tolerante que él no he conocido.
Lo único que nos quedó fue sentarnos en los espacios que encima estaban guardando para otras personas, ya que de manera malcriada se nos había maltratado.
No les quedó otra a las educadoras que retirarse, algunas avergonzadas y otras refunfuñando. El hecho es que se salieron de nuestros lugares y pudimos recuperar lo que nos correspondía.
Bien. Mi objetivo no es sólo hacer una catarsis on-line, sino preguntarme ¿de qué sirve aprender a programar para formar en valores, si quienes tienen la tarea no saben lo que son los valores?
Se educa con el ejemplo. No creo que les haya servido de mucho a los promotores del colegio de aquellas “educadoras” invertir en este Seminario-Taller.
Y gracias doctor Román, que a pesar de no ser educador (todavía, ya que ahora estoy estudiando pedagogía como segunda carrera) sí me interesan los valores: enseñarlos, pero sobretodo, tenerlos. Y a Agustín también.
CARLOS MONTALVÁN