domingo, julio 20, 2008

Al servicio de los damnificados del sur*

La satisfacción del deber cumplido es el espíritu que se respira hoy entre los voluntarios de IV y V de Secundaria, luego de la exitosa jornada de tres días y dos noches que se vivieron en los Centros Poblados de Berdún y Santa Rosa en Chincha.

El kilómetro 202 de la Panamericana Sur, en la misma entrada de El Carmen, ha sido silencioso testigo del empeño, fuerza de trabajo y entrega de los 87 alumnos, tres profesores y una secretaria del Colegio Santa María, quienes de la mano de jóvenes universitarios y universitarias que conforman Un techo para mi país, levantaron 30 casas de emergencia para treinta familias que, a casi un año del terremoto del 15 de agosto, vivían aún en carpas o bajo techos inseguros, rajados y tapados por plásticos que poco o nada podían hacer contra el recio frío de este inédito invierno.

Ponerse bajo las órdenes de chicos y chicas con sólo dos o tres años más de vida, pero con varias construcciones sobre el hombro, ha sido una experiencia formadora para nuestros alumnos. “No hay mejor momento que el tomar los alimentos o trabajar duro para que se evidencie que dos personas son iguales” comentaba Elsie Ralston -Directora de Formación y Voluntariado de los “techeros”- a los profesores y padres a quienes se les presentó el proyecto en dos momentos distintos. Y vaya que tenía razón. Los muchachos del Santa María pudieron darse que cuenta que el discurso de la dignidad, que tantas veces oyeron en cursos como religión o personal social, era algo que realmente existía y que no sólo quedaba en una mera definición o un propósito a largo plazo.

La organización con la que se desarrolla la actividad es de una precisión que muchas empresas quisieran haber logrado. El trabajo se dividió en dos “escuelas”, una responsable de 14 casas y la otra de 16, comandada por dos jefes de escuela, quienes dirigían el trabajo junto con los monitores, responsables de los recursos materiales y herramientas de la construcción, e intendentes, responsables de las necesidades alimenticias y de higiene. Cada casa fue levantada por una cuadrilla, a cargo de un jefe de cuadrilla (quien era una o un voluntario con experiencia previa) responsables de guiar a tres alumnos del Santa María.

La faena iba desde la preparación del terreno -en dos casos hubo que derribar las casas anteriores-, nivelándolo para poder iniciar el proceso: construcción del piso y levantamiento de paredes y vigas el sábado, y clavado del techo e inauguración de la casa el domingo. Por cierto, las familias estaban atentas a las necesidades materiales de la cuadrilla, así como de preparar deliciosos potajes chinchanos para los esmerados constructores a la hora del almuerzo. Esto hizo que muchos probaran por primera vez sopaseca, manchapecho, o que notaran la diferencia de preparar carapulca (y no carapulcRa) con papa fresca y no con papa seca.

Las noches en los colegios primario y secundario del Centro Poblado Santa Rosa (Km 205) sirvieron para reflexionar sobre la importancia del esfuerzo realizado y de la necesidad de generar conciencia en más gente joven, comprometiéndose a buscar repetir la experiencia de la construcción y/o buscar espacios que signifiquen un real cambio social, con miras a devolver la dignidad a tantos peruanos y peruanas que no se sienten merecedores de una oportunidad para cambiar y mejorar su realidad.

El honor de ser el primer colegio que trabaja con Un techo para mi país con alumnos de IV y V de Secundaria a nivel nacional ha servido para cumplir con el objetivo que se trazó el Santa María el año 2007 de ayudar a las familias damnificadas del sur, no sólo de manera asistencialista enviando víveres o ropa (que en su momento fueron necesarios y enviados también), sino trabajando de manera real y en el lugar, dejando algo tangible y perdurable. Así también, ha sido una oportunidad de crecimiento de nuestro alumnado en materia de compromiso con el más necesitado, haciendo eco del Estado de Misión Permanente y el Espíritu de Familia, dos de las características del Carisma Marianista.

Esperamos, sinceramente, que esta experiencia se repita y que la próxima vez seamos más los involucrados en este maravilloso proyecto, que no busca otra cosa sino generar conciencia en quienes no tienen un hogar, al hacerlos partícipes de su cambio; y, en quienes sí lo tenemos, al enseñarnos a valorarlo y ser recíprocos con las oportunidades privilegiadas a las que hemos accedido.

CARLOS E. MONTALVÁN

*Artículo escrito para el Boletín Comunicándonos SM del II Bimestre 2008

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sólo un noble corazón puede contagiar a muchos más.
Que Dios te bendiga, en nombre de todas las familias a las que pudiste alegrar y a tantos muchachos de posición acomodada que se han reconocido iguales en la dignidad del trabajo, a cualquier otro peruano, por más necesidades que tenga.

Que sigan estos maravillosos aportes a la creación de una sociedad más justa.

Elsie Ralston dijo...

Qué bonito post Carlos. De casualidad llegué a él buscándome en google.
Gracias por tus palabras. Para nosotros fue un honor trabajar con ustedes.
Saludos a los chicos.