jueves, octubre 09, 2008

León en el camino amarillo

Hace algunos años atrás me tocó interpretar uno de los célebres personajes de El Mago de Oz: al león cobarde, ese que necesita un corazón valiente y quien -al final de la historia- lo recibe de manos de un acuitado hacedor de trucos que había preparado toda una parafernalia para recibir a los crédulos visitantes de su palacio.

La semana que está terminando ha sonado el caso de otro célebre león, pero con mayúscula.

Y que también fue alguna vez al palacio, pero con mayúscula.

Y no visitaba a un hacedor de trucos, sino a un destructor de economías y vendedor de sebo de culebra, pero con mayúscula.

El juez no permite que se abran las puertas de sus palacios, de hecho ninguno de los cinco lugares puede ser pisado para tratar de encontrarlo, agazapado en lo más oscuro de su habitación, esperando fusil en mano -quien sabe- su final. Y mira que se parece a la historia de otro león, el Santillán, de los chantas Cadillacs.

Me preocupa, por otro lado, la agraciada heredera, de lunar rostro, o rostro lunar, quien las debe estar pasando negras.

Y aquí mi reflexión, más allá de mis anteriores bromas o comparaciones irreverentes.

Carlos Emilio, Felipe, ¿me podrán seguir ayudando a tratar de ser mejor para ustedes?

¿Y podrán aceptar a este defectuoso padre?

Les doy mi promesa, hijos, que lucharé hasta el final de mis días para no hacer algo vergonzante para ustedes. Tal vez una que otra broma pesada que alguno de sus amigos no vaya a entender, pero nunca mancillaré su apellido.

Y menos por dinero, que, al fin y al cabo, prefiero hacer vendiendo caramelos en las calles, antes que vender mis principios y la honra mía, que a la larga espero sea siempre suya.

CARLOS E. MONTALVÁN