jueves, mayo 22, 2008

Pacem in terris

Estuve hace una semana en la maravillosa ciudad del Cusco.

Retornar a esta zona es siempre un motivo de alegría, emoción y descubrimiento. Me refiero no solo a los datos históricos y culturales que van llegando poco a poco, sino a las revelaciones que te van dando los propios pobladores del lugar.

Una de las mañanas de aquella semana viajamos a Andahuaylillas, en donde se ubica la famosa "Capilla Sixtina de América". Deben suponer que el nombre responde a los frescos que se encuentran en el techo de la misma.

Luego de haber coordinado la visita de obras sociales de los muchachos del SM al colegio Fe y Alegría 44, así como la de los misioneros en junio, nos vimos en la necesidad de regresar. Lastimosamente digo, pues si hay un lugar que me gusta y en el que me sienta a gusto es precisamente Andahuaylillas.

El tema está -o como diría burlonamente mi papá: "lo central"- en el regreso hacia el Cusco. Un chofer que nos cobró un sol menos por el regreso, quiso ingresar por una angosta calle, en la que se encontraba un inmenso camión de carga tratando de retroceder. Se hicieron señas con las luces, que yo no entendí, y mi paciencia comenzó a subir en sus niveles.

Esperábamos a que se moviera el camión para poder seguir nuestro recorrido, pero este no hacía más que estar parado y retrocediendo de a poquitos. Mi paciencia seguía sufriendo.

Hasta que llegó el punto en el que estaba a punto de gritarle algún improperio al dichoso chofer del camión pues no se movía, ni tenía intención de hacerlo.

En ese mismo instante, cuando iba a sacar la cabeza por la ventana para vociferar, y mi ímpetu se encontraba al máximo, el chofer de nuestro auto puso retro, avanzó nuevamente, esquivó al camión y cruzó por la paralela...

OH SORPRESA!!!! Nadie tuvo que gritar, ni insultar, ni molestarse, ni.... nada.

Es decir, era posible vivir sin gritarse, sin ofenderse, sin violentarse.

Me pregunto hoy: ¿es acaso imposible que nos tratemos bien por aquí?

Tal vez el Cusco tenga la respuesta.

CARLOS E. MONTALVÁN